Nuestros niños, en ocasiones, se comportan de forma inadecuada o contrario a nuestras expectativas. La clave es identificar el comportamiento, reconocerlo y tomar acción oportunamente.
Hace poco, tuve la oportunidad de ir con mis niños a una actividad en casa de unos amigos. Al saber que iban otros niños, hice lo que acostumbro hacer antes de llegar: “leer la cartilla” a los míos y establecer las reglas de juego. Esto siempre me ha funcionado bien para evitar situaciones desagradables.
No obstante, como parte del grupo de invitados estaba un niño al que, para efectos de este relato, llamaré Alberto. Mi recuerdo es que, de bebé, Alberto era tranquilo y llevadero. De hecho, recuerdo que muchas personas lo comparaban con un angelito. Sin embargo, luego de crecer un poco, el pequeño ángel se había tornado en un gran torbellino. Entre otras cosas, ese día corría por todo el interior de la casa, gritando descontroladamente y utilizando los sofás como si fueran inflables para brincar. Se pueden imaginar la escena: todos los objetos de la casa peligraban y los demás invitados, al igual que nosotros, estaban visiblemente incómodos. En vista de que sus padres ignoraban la conducta del pequeño tornado y, ante la ansiedad que la situación ya me provocaba, decidí intervenir y llamarle la atención.
Me agaché hasta la altura del pequeño Alberto y le dije con firmeza pero con amabilidad: “Mira, no puedes brincar ahí porque puedes romper algo, puedes salir al patio y jugar afuera”. Alberto me respondió de forma altanera y engreída que yo no era su papá y que no le podía decir qué hacer. Confieso que me pasmé pero, sobre todo, me sorprendió que siendo tan pequeño fuera tan irrespetuoso y desafiante. Pero la realidad es que la culpa no es del niño, sino de sus padres.
Hay muchas razones que pueden explicar un mal comportamiento y es importante identificar, si es una conducta repetitiva, la causa raíz y atenderla. No obstante, en muchísimas ocasiones es producto de falta de estructura en el hogar, guías claras de lo que se espera y disciplina oportuna, consistente y constructiva de parte de los padres. Aquí les comparto varias técnicas que me han funcionado a través de los años.
Es importante que los niños sepan con claridad lo que es comportamiento aceptable y lo que no es aceptable. Algunos ejemplos de conducta inaceptables son: decir palabras soeces, expresarse con un tono burlón o desafiante, gritar, gesticular inapropiadamente, lanzar o romper objetos, interrumpir o ignorar a los demás.
Al igual que nosotros conocemos a nuestros hijos, ellos nos conocen a nosotros. Así que ellos saben muy bien qué decir para hacernos sentir culpables, justificarse y poner en jaque nuestra forma de disciplinarlos. Por otra parte, pueden utilizar otros mecanismos como el llanto o la queja para salirse con la suya y obtener lo que desean. Cuando esto ocurra debemos mantenernos firmes, calmados y en control. Si cedes, se debilita tu autoridad y será más complejo retomarla después.
Si decides hacerle una advertencia a tu niño, es importante que la cumplas. Por ejemplo, si le dices que si te vuelve hablar de mal modo le vas a remover un privilegio, y aún así lo hace, debes cumplir y hacerlo. De lo contrario, el niño va a pensar que lo que dices no tiene valor y va a continuar retándote.
La impaciencia es algo común en los niños. Cuando son pequeños, su cerebro no está desarrollado como el de un adulto, por lo que se les hace difícil entender el concepto de esperar y tener calma. Esto se adquiere con el crecimiento y la práctica. Sin embargo, si cedemos fácilmente a sus caprichos por no escucharlos llorar o quejarse, les estamos reforzando ese comportamiento inmaduro que los lleva a la intolerancia y la vanidad.
No confundas tu rol como padre o madre con el de un sirviente. Enséñales a valerse por sí mismos y a resolver sus propios asuntos. De esta forma, crecerá con mayor seguridad e independencia. Claro está, todo de acuerdo a su edad. Pero, por ejemplo, cuando sea el momento y terminen de comer, procura que lleven sus platos, vasos y utensilios al fregadero. No les hagas todo tan fácil.
Nuestros hijos deben aprender a trabajar por las cosas que desean y a entender que nada se obtiene de gratis. Si por ejemplo, tu niña te pide que la pongas en ballet y a los tres meses te pide que la saques, no lo hagas si no existe una razón de peso. Si es solo porque está frustrada ante un paso que no le sale, dale ánimo y enséñale que debe continuar hasta que lo logre y que todo en la vida requiere de esfuerzo.
Cuando tus niños se porten bien y hagan un buen trabajo reconócelo. Por otra parte, si dan la milla extra, exprésales tu orgullo con una notita de felicitación en un lugar inesperado o con algún gustito especial como puede ser prepararle su comida favorita.
La formación del carácter y el desarrollo de la disciplina en el niño no es tarea fácil. Requiere consistencia, tolerancia y determinación. La conducta es algo que debemos corregir y moldear desde edades tempranas. No debemos justificar las malacrianzas meramente por el hecho de que son niños. Si no actuamos de la manera correcta y le mostramos al niño que tiene que seguir unas reglas, corremos el peligro de que lleguen a la adolescencia así y entonces será mucho más difícil cambiar los patrones de comportamiento. Mantengamos el compromiso como padres de criar a nuestros hijos como personas consideradas y respetuosas.